Un año más
Un día de mañana gris, aquella Titi esponjosa de sonrisa contagiosa despertó y se dio cuenta que el mundo no se veía igual: el planeta giraba y ella no podía hacer que se detuviera. De ese lado del mundo donde se encontraba, descubrió seres peculiares de dimensiones diversas: una era flaca, flaca, flaquíííííííííísima y de ojos hundidos como dos cuencos de cereal; otro era pequeño, con nariz como velero y dientes temblorosos mordisqueadores de pellejitos de dedos; otro era de risas imparables y de barriga inflada; también estaba una con cabellos cambiantes de color, un día negros como el azabache, y otro rubios, casi canos.
La pequeña Titi esponjosa abría sus ojos gigantes cada que se topaba con uno de esos entes singulares, se mantenía calladita y dibujaba y coloreaba los recuerdos de un lugar fantástico que se mantenía luminoso y brillante en su cabecita. Del transe sustractor de imágenes la sacó una vocecilla lejana que le decía ¡Hola!, yo soy Añita, ¿tú cómo te llamas que no te había visto por aquí nunca? Titi, esponjosa como era, tímidamente le respondió: A mí me dicen Titi. Y ahí, justo en ese momento, el mundo giró 15º más; el planeta se movía de nuevo y el color del cielo ya no era gris, sino de un azul apagado.
Un nuevo día llegó, y con él una nueva tarde en la que Titi giró su cabeza, sólo un poquito, y vio que había alguien más en ese sitio. Esponjosita como ella, estaba Doña Osita (alias, Miss Tan). Muy buenas tardes, me llamo Titi, ¿usted quién es y qué hace aquí? Con sus ojos tristes la volteó a ver Doña Osita, y esbozando una linda sonrisa que opacó cualquier tristeza, le contestó: Miss Tan, me dicen. Mucho gusto en conocerle. Y una vez más, el mundo giró otros 15º.
Todos los días, las tres se encontraban y se contemplaban y hablaban y andaban. Y el mundo seguía girando grado a grado y moviendo sus ángulos y cambiando de paisajes.
El cielo cada vez era más azul y Titi, Añita y Doña Osita sólo iban y venían, y entre más se conocían, más bailaban y brincaban, reían y cantaban.
Fin.