Salgo de casa a cumplir mi rutina de todos los días. Saludo con una sonrisa a los que están en la oficina, ellos me saludan a mí e intercambiamos palabras vanas, sueños extraños y hasta nuestro desayuno. La computadora me espera frente a mí, estaremos juntas unas nueve horas más por ese día.
Ya de noche, el tráfico de las calles me hace gritar un par de maldiciones y Salvador Camarena me hace pensar en el dilema del día (¿será realmente grave el no dejar pasar a una patrulla que tiene la sirena prendida?). Llego a casa, tres colitas se mueven como rehiletes; corremos, brincamos y yo les doy trocitos de salchicha. Nada nuevo, en cama estamos los cuatro y mi cereal. En la tele están pasando una película que han trasmitido unas cinco veces y que yo he ido viendo por partes durante las cinco diferentes ocasiones.
Me quedo dormida.
A la mitad de la madrugada quiero ir al baño. Me levanto somnolienta y cuando regreso me acomodo en las cobijas. Patito, múevete. Ah, no. Es Ovidio o Trigo o Capellina.