El señor, perfectamente vestido con un traje gris, se toma su tiempo para desenredar los nudos rojos que resguardan el tesoro. Con mirada de niño sorprendido y una sonrisa contenida por todo su rostro, desliza sus dedos entre los crujidos de esas paredes transparentes.
De forma escurridiza entran sólo el índice y el medio, apoderándose de un bombón (¡menuda delicia está frente a sus ojos!); con cuidado lo lleva a su boca: primero por el lado derecho, luego el izquierdo; una, dos, tres, ¡cuatro veces! Termina por dar unas pequeñas masticadas antes de dejar que se escurra garganta abajo.
Silencio.
Una mirada fija.
¡Pero no! No podría uno más. Hay que guardarlos. Una memoria de la infancia lejana a la vez es suficiente por un día. Anuda la pequeña bolsa de celofán y la esconde dentro del portafolio entre papeles y su bolígrafo de tinta china. Cuando de recuerdos se trata, hay que racionarlos y protegerlos con cintas rojas; no vaya a ser que se pierdan o busquen un nuevo dueño.
Esta tarde he sido muy feliz en tu caja de crayolas.
Me decidí a dejar la huellita en este relato porque quedé prendada de la última frase: "Cuando de recuerdos se trata, hay que racionarlos y protegerlos con cintas rojas; no vaya a ser que se pierdan o busquen un nuevo dueño."
Es bellísima y contundente.
Muchos abrazos mi querida Añita.
Conozco sabores y colores que en guardo en memorias, se convierten en recuerdos... y como el señor de los bombones procuro no desgastarlos para conservarlos y sorprenderme y sorprenderme tanto como sea posible...
Entonces me confieso ser ese viejo que come bombones, alimentando la nostalgia esperando nunca explote...
Es verdad los recuerdos son sabrosos y bellos… porque son recuerdos.
Los que tengo algunos son míos y solo míos, que en los momentos más inesperados los tomo los saboreo y los vuelvo a dejar, guardaditos, como tesoros y gracias a ti ahora les doy un nombre de archivo y no solo llegarán y se irán sino que además los saborearé.
Te amo